lo terrible no es enamorarse una vez, ni mucho menos hacerlo dos veces. tampoco debería jodernos especialmente enamorarnos todos los días, sería algo perfectamente animal, salvaje como la tela de una araña, la lengua de los camaleones, el vuelo de un albatros. la naturaleza reina sobre la roca por genialidades como esa. tampoco la capacidad de elección que nos hace humanos y tanto se parece al azar. nuestro drama como individuos es la adicción. lo realmente terrible de enamorarse todos los días es hacerlo de la misma persona. pobre de nosotros, humanos e inhumanos. almas dulces, yonkis, enfermas. felices aniversarios.
identificarse puede ser una labor realmente traumática. a algunos les basta con gritar su nombre en voz alta, asignarse un rango, pertenecer a un bando, elegir unos colores, acudir a un templo, escuchar única e indefectiblemente un tipo de música, no admitir otra marca de whisky, odiar a otra persona, o incluso a muchas otras, razas enteras, pasarse el día leyendo, o escribiendo, o pintando, o calculando márgenes, o cambiando tuercas, o diseñando espacios, o llevando un camión, o fregando escaleras... pero por lo general puede ser una labor realmente traumática. más de ir tachando cosas que parecían importantes que de organizar epítetos en fila india.
mi amigo tiene una vieja obsesión y me la está contando. una chica de la que está enamorado. el problema es que ya estaba enamorado de ella hace 14 meses, el día en que le conocí, y que por aquél entonces ya estaba enamorado de ella desde hacía 9 meses, el día en que conoció a Santi, que por algún tipo de contagio también se enamoró de ella y se la folló, según me confesó en una conversación mucho más interesante que esta, entre los arbustos de la plaza Maestro Mateo, y que fue quien me presentó a mi amigo, que ni siquiera ha tenido contacto bucal, apenas vocal con la individua, y que se escusa en una mal concebida y peor parida idea del amor para mantener una compostura que abortó hace mucho tiempo. imagino que una tarde su obsesión llegará a casa después de una anodina jornada laboral, ya arrugada y un poco gorda, y encontrará a su perro muerto.
seguirá, en estado de shock, el rastro de sangre que dobla el recodo del pasillo llegando hasta su habitación. empujará tímidamente la puerta, mientras con la boca reseca preguntará,estúpidamente y sin que ningún sonido llegue a hacerse perceptible "hay-alguien-ahí?". y de entre las tinieblas saldrá mi amigo declarando su incondicional e imperecedero amor con un ramo de rosas en la mano, pidiendo disculpas por lo del perro, gajes de la psicópatía. me sale una carcajada y él, sin sospechar que no le estoy prestando la más mínima atención me acompaña con una desganada risa.
no quiere aceptar que el suyo no es un problema de amores, sino un problema de identidad. aunque ya me sé hasta la marca de lencería favorita de ella -no sé de dónde sacan esos datos los asesinaperros, probablemente de un mundo paralelo donde les arrancan las bragas de un bocado, se bajan los pantalones mostrando un miembro de 24 centímetros y la ensartan como un sable láser a una aceituna, dilatando su contorno y haciéndola chillar como un animal a punto de extinguirse de placer, porque ese mundo es la antítesis de éste en el que son impotentes y en el que la impotencia los arrastrta a la inseguridad y la inseguridad a la misoginia- apenas sé nada de mi amigo. ni yo ni nadie.
sé que ella no es como las demás. ella es inteligente y sensible. ella podría entenderle, se complementarían bien. porque las demás visten como putas, se comportan como putas, se olvidan de su nombre, giran la cabeza para comprobar que llevan la falda suficientemente ceñida en el reflejo de los escaparates, ven reality shows y follan con cualquiera. follan conmigo, pienso, mientras me despido de mi amigo y busco las llaves en el bolsillo. recuerdo con cariño las sillas caídas, las prendas de ropa marcando el camino hacia el dormitorio, una mujer de 30 años, muy morena, vomitando sobre la alfombra de lana blanca, mientras la chica pelirroja, más joven y voluptuosa, exclama:
"dime que estoy buena, más fuerte"
mientras salta sobre mi pulvis y se recorre los senos con mis manos, guíandolas en círculos cada vez más pequeños, sin apartar la vista de su reflejo en el espejo del armario. Me contemplo, de algún modo nítidamente, como si todo fuese lo mismo y el transcurso del tiempo apenas un recurso narrativo, eyaculando sobre sus faldas de puta y sobre sus zapatos de puta que amé tanto, a lo mejor no con un amor lírico y alejado como el de mi amigo, con el estómago y no con el corazón, con enormes murciélagos chupasangres y no simples mariposas aleteándome en las puertas del estómago. supongo que era parte de la euforia, similar a la que sienten los supervivientes, que tras superar juntos una gran catástrofe natural, contemplan sus rostros aún vivos y se reconocen a sí mismos en los demás. que eso era lo que sentíamos a la mañana siguiente. haber superado la gran catástrofe natural de ser jóvenes y estar vivos. he esnifado cocaína en la espalda de una niña de diecisiete años. me la han chupado en un fotomatón. me he despertado y no sabía dónde estaba. ni quién era.
pero ahora sí. porque nada más cerrar la puerta escucho su voz que me llama desde el sofá. está viendo La que se avecina. le encanta esa serie, sobre todo el jefe de la comunidad. nos partimos el culo de risa. no fumo, apenas bebo ya y no tengo grandes necesidades fuera de estas cuatro paredes. pero mi ambición no conoce límites. porque me mira, se ríe y me dice que me quiere. y yo comprendo definitivamente quién soy.
algunos recurrieron a los tatuajes: anclas que rascaban el fondo oxidado de la piel, salamandras inexpresivas, hojas secas que en realidad eran humus que en realidad eran otoño. sólo los más mediocres nos atrevimos a garabatear nuestra verdad con un boli bic y entregarla así a la tragedia de la literatura. condenados a reescribirla para siempre para ver cómo se borraba poco a poco. lo único -de unicidad- cierto es que de la violencia, de la auténtica violencia -la silenciosa- nunca se escapa
"[...] Perdí el sentido de lo cotidiano, el recuerdo preciso de mi existencia real y la conciencia que establece las grandes y decisivas divisiones en que el hombre debe vivir: el cielo y el infierno, el bien y el mal, la carne y el espíritu. Y también el tiempo y la eternidad: porque lo ignoro, y nunca lo sabré, cuánto duró aquel diabólico ayuntamiento, pues en aquel antro no había noche ni día y todo fue una única e infernal jornada. No dudo ahora de que aquel ser tenía la facultad de manejar los poderes inferiores; que, si es que no crean la realidad, son en cualquier caso capaces de levantar terribles simulacros fuera del tiempo y del espacio, o, dentro de ellos, transformándolos, invirtiéndolos o deformándolos. Asistí a catástrofes y a torturas, vi mi pasado y mi futuro (mi muerte), sentí que mi tiempo se detenía confiriéndome la visión de la eternidad, tuve edades geológicas y recorrí las especies: fui hombre y pez, fui batracio, fui un gran pájaro prehistórico. Pero ahora todo es confuso y me es imposible rememorar exactamente mis metamorfosis. Tampoco es necesario: siempre volvía, obsesiva, monstruosa, fascinadora y lúbrica, la misma y reiterada unión.
Creo recordar un turbulento y caliente paisaje de esos que imaginamos en períodos arcaicos de nuestro planeta, entre gigantescos heléchos: una luna turbia y radiactiva iluminaba un mar de sangre que lamía playas amarillentas. Y más allá de la playa, se extendían inmensos pantanos en los que flotaban aquellas mismas victorias regias que había visto en mi otro sueño. Como un centauro en celo corrí por aquellas arenas ardientes, hacia una mujer de piel negra y ojos violetas que me esperaba aullando hacia la luna. Sobre su cuerpo renegrido y sudoroso veo todavía su boca y su sexo, abiertos y sangrientamente rojos. Entré furiosamente en aquel ídolo y entonces tuve la sensación de que era un volcán de carne, cuyas fauces me devoraban y cuyas entrañas llameantes llegaban al centro de la tierra.
Todavía sus fauces chorreaban mi sangre cuando esperaba un nuevo ataque. Como un unicornio lúbrico corrí por los arenales ardientes hacia la mujer negra, que me esperaba aullando a la luna. Atravesé lagunas y pantanos fétidos, cuervos negros se levantaron chillando a mi paso y entré finalmente en la deidad. Nuevamente sentí que era un volcán de carne que me devoraba, y todavía estaban sus fauces chorreando sangre cuando esperaban, aullando, el nuevo ataque.
Entonces fui una serpiente que atravesaba las arenas sibilantes y eléctricas. De nuevo espanté a fieras y pájaros, y entré con salvaje furia en su cavidad. Una vez más sentí el volcán de carne, que se hundía hasta el centro de la tierra. Luego fui pez-espada.
Después, pulpo, con ocho tentáculos que entraron sucesivamente en lo deidad, y sucesivamente fueron devorados por el volcán carne.
La deidad volvía a aullar y volvía a esperar mis ataques.
Fui entonces vampiro. Ansioso de venganza y sangre, me lancé con furia sobre la mujer de piel negra y ojos violetas. Siento el volcán de carne que abre sus fauces para devorarme y siento que sus entrañas llegan al centro de la tierra. Y todavía sus fauces estaban chorreando sangre cuando ya me precipitaba nuevamente sobre ella.
Fui entonces sátiro gigante, luego una tarántula enloquecida, después una lujuriosa salamandra. Y siempre fui tragado por el furioso volcán de carne hirviente. Hasta que se desencadenó una espantosa tormenta. Entre relámpagos, en medio de una lluvia de sangre, la deidad de piel negra y ojos violetas fue prostituta sagrada, caverna y pozo, pitonisa y virgen propiciatoria. El aire electrizado y barrido por el huracán se llenó de alaridos. Sobre los arenales calientes, en medio de una tempestad de sangre, debí satisfacer su lujuria como mago, como perro hambriento, como minotauro. Y siempre para ser devorado. Luego fui también pájaro de fuego hombre-serpiente, rata fálica. Y aún más, debí convertirme en nave con mástiles de carne, en campanario lúbrico. Y siempre para ser devorado. La tempestad entonces se hizo inmensa y confusa: bestias y dioses cohabitaban con la deidad, junto conmigo. El volcán de carne fue entonces desgarrado a cornadas por minotauros, cavado ávidamente por ratas gigantescas, sangrientamente devorado por dragones.
Sacudido por los rayos, temblaba todo aquel territorio arcaico, encendido por los relámpagos, barrido por el huracán de sangre. Hasta que la funesta luna radiactiva estalló como un fuego de artificio: pedazos, como chispas cósmicas, se precipitaron a través del espacio negro, incendiando los bosques; un gran incendio se desató, y propagándose con furia inició la destrucción total y la muerte. Entre oscuros clamores, sangrantes jirones de carne crepitaban o eran arrojados a las alturas. Territorios enteros se abrieron o se convirtieron en cangrejales, en que se hundieron o eran devorados vivos hombres y bestias. Seres mutilados corrían entre las ruinas. Manos sueltas, ojos que rodaban y saltaban como pelotas, cabezas sin ojos que buscaban a tientas, piernas que corrían separadas de sus troncos, intestinos que se enredaban como lianas de carne e inmundicia, úteros gimientes, fetos abandonados y pisoteados por la muchedumbre de monstruos y bazofia. El Universo entero se derrumbó sobre mí."